lunes, enero 28, 2013

EQUIVOCARSE

¿Os ha ocurrido alguna vez que os equivocais al hablar y en vez de decir la palabra que queréis soltais otra muy parecida fonéticamente pero de significado totalmente diferente? Estoy convencida de que sí, y de que también os ocurre que, muchas veces, el resultado tiene su gracia. e incluso su razón de ser.

Me pasó hace tiempo una noche de juerga que, hablando de sexo, en vez de "misionero", dije "hermitaño". El ataque de risa fue tremendo, con atragantamientos y todo, una vez superado el primer momento de tratar de buscar sentido a aquello. Me gustaría recordar mejor la conversación, pero me temo que el nivel de alcohol en sangre del momento de la conversación lo hace imposible. Pero seguro que tenía sentido.

Más recientemente, hablando por teléfono con un amigo, le solté que estaba harta de vivir en "Alimaña". Me partí de risa, porque en este caso sí que me resulta fácil entender el porque de mi error. Palabras muy parecidas y sentimientos de rechazo. Desde ese día, siempre que no hable con alguien que se pueda ofender, llamo Alimaña a Alemania.

Debo decir que, lo poco que conozco de Alimaña, me encanta. Es tan verdecita, tan húmeda, tan fresquita... La gente, en general, es amable, si logras hablar con ella. Cosa harto complicada si no hablas el idioma, porque desgraciadamente aquí la mayor parte de la gente no habla inglés, y mucho menos español. Incluso los hay que se ofenden si tratas de hablar con ellos en inglés, aunque he dado con pocos.

La cuestión es que, aunque uno se equivoque de vez en cuando, hay que darse cuenta de los errores y, salvo por razones jocosas, tratar de enmendarlos. Por ejemplo, ya sólo llamo "hermitaño" al "misionero" cuando el componente masculino de la ecuación no es hábil ni en esta básica postura, lo cual sólo se explicaría en alguien que la practica poco o nunca, como sería el caso de un hermitaño.

Otros errores, en cambio, son más difíciles de solucionar. El mío con Alimaña, por ejemplo, es de los que van a llevar su tiempo. Llevo aquí ya ocho meses, y sigo sin conseguir aprender el dichoso idioma. Al principio lo achaqué a que estaba nerviosa en clase y a que el primer curso al que me apunté no fue muy allá. En el segundo curso, más intensivo, pareció que empezaba bien, pero enseguida empecé a tener muchas dificultades para seguir el ritmo. Aquí, lo chungo era la metodología. Sé que lo del método natural es lo que se lleva, que vas quedándote con como suena y tal, pillando cada vez más expresiones y vocabulario y bla bla bla. Bien, pues conmigo no funciona. No reconozco los sonidos casi nunca, no consigo recordar ni las palabras y expresiones más sencillas. Atasco total en mi cabeza y, lo que es peor, en mi voluntad. La desmotivación es el peor enemigo del aprendizaje.

Pese a echarle horas de hacer ejercicios, tratar de memorizar vocabulario, etc. lo único que conseguía aumentar era la frustración. Y lo que es peor: no sólo no aprendo el alemán, sino que mi inglés empeora cada día. Las diferencias gramaticales se están mezclando en mi cabeza y cada vez me cuesta más expresarme en inglés, sin conseguir ningún avance con el alemán.

Ya podéis imaginar lo siguiente: he pasado de la curiosidad y el interés por aprender el nuevo idioma, a la más profunda aversión. Al odio y al asco. Estoy completamente bloqueada. Y lo peor es que en esta ciudad, donde casi nadie habla inglés, cualquier asunto burocrático se convierte en un auténtico viacrucis. Si la burocracia alemana es, de por sí, un coñazo, es desolador tratar de hacer cualquier gestión y que te obliguen a llevar un traductor contigo o se niegan a atenderte, salvo para lo más básico.

Así que, señores, tengo, en efecto, una equivocación que enmendar: no soy nada feliz en Alimaña (salvo por el clima, el paisaje y la tranquilidad). Y el modo de solucionar semejante problema, es largándome de aquí.

jueves, noviembre 08, 2012

UNO DE ESOS DÍAS...

Hoy está siendo uno de esos días en los que matar me parece una estupenda opción como manera de solucionar los problemas del mundo. Los problemas del mundo en general y de los míos en particular. Y sólo son las 3 de la tarde. 

Sí, sí, ya lo sé. Matar es malo. Normalmente estoy de acuerdo. Por no matar, hasta evito matar avispas, pese a que su picadura me puede mandar al otro barrio. Me declaro pacifista convencida.... hasta que la frustración me puede. La frustración es la emoción que más intensamente me afecta, más incluso que el odio. El odio me fluye lento por las venas, y no creo que pase nunca de unos saludables 40º C. En cambio, cuando me frustro, noto perfectamente como se me tensa cada músculo del cuerpo, se me dilatan las pupilas, el corazón se me desboca y la sangre me hierve sin rastro de contención. Si la frustración fuese mi "fuerza", sería el jedi o sith más poderoso del universo. En mi caso, no es el miedo el que lleva a la ira en el camino hacia el lado oscuro. Lo que desata mi demonio interior es la frustración, porque es quien abre la puerta a los sentimientos negativos. Y una vez la frustración hace presa en mí, controlar mis instintos asesinos se convierte en una batalla digna de alguna epopeya donde yo fuese mi propia Némesis.

Me resulta de lo más desagradable y angustioso. Como si fuese un espectador de mi propio estado, veo mis ojos como los idem de buey de un barco que se estuviese hundiendo en un mar sanguinolento. Conforme la esclerótica se va cubriendo de rojo, mi capacidad de razonar y mi paciencia desaparecen, un mutis por el foro que, de tener un arma a mano, acabaría en las vísceras de más de uno como telón de fin del espectáculo.

Pero lo realmente dramático de la frustración no es la violencia, que nunca se llega a desatar porque, pese a todo, una tiene el autocontrol suficiente para no dar a parar con sus huesos en la cárcel por un momento de (¡oh, sí!) sublime liberación. Lo triste, penoso, patético, es que dejo de ser capaz de aprender o de comunicarme (todo ell poroducto de nuestra capacidad de razonar, aunque a veces lo dudemos al escuchar a muchos de los políticos en el gobierno). Así que la frustración se metamorfosea en torpeza mental que aumenta la frustración que aumenta la torpeza mental que... Os hacéis una idea, seguro. 

Así que hoy ha sido uno de esos días en que la frustración me ha jodido la mañana en el cole. Mi profesora, una buena profesora pese a los peros que yo le pongo, peros que tienen más que ver con la metodología de la escuela que con sus propio hacer, me ha tocado la moral. No quiere que usemos otros idiomas en clase, lo cual está muy bien... en teoría. Pero, a ver, si yo no sé el suficiente alemán para decirle que no entiendo algo, lo explica otra vez en alemán, sigo sin entenderlo, lo explica otra vez en alemán, sigo sin entenderlo (aplíquese aquí un bucle de unos 7 minutos de duración), pues al final, por no interrumpir más la clase, pues lo dejo estar. En el caso de hoy, la cosa ha sido peor, porque cuando le he dicho que no entendía de qué iba un ejercicio de examen, no lo ha explicado en el momento, lo ha hecho al rato, cuando yo ya había pasado del ejercicio y estaba con otro. Ni siquiera se ha molestado en llamar mi atención cuando lo ha explicado. Resultado: lo que he hecho en el ejercicio no tiene nada que ver con lo que había que hacer, así que ya he perdido, tranquilamente, 6 puntos de la prueba. Al final del examen, un compañero me ha contado en que consistía el dichoso ejercicio, así que me he frustrado todavía más. Sigo sin saber el suficiente alemán para explicarle a la profesora lo ocurrido, y ella sigue sin dejarme usar el inglés para aclarar lo ocurrido. Que lo intente decir en alemán. 

Cojo el diccionario y construyo una frase que inicia la explicación abreviada, cosa que me lleva varios minutos, durante los cuales ella sigue explicando y yo me pierdo la nueva materia. Cuando se la leo, ya fuera de horario de clase, y le intento hacer entender que si no logro comunicarme no aprendo, y que si no aprendo para que mier... Ya me está volviendo la frustración, leñe. 

Inspirar, 1,2,3, expirar. Bis. Re-bis.

Lo que quisiera que esta mujer entendiese es que, para aprender cualquier cosa, y especialmente una lengua, hay que lograr cierto grado de comunicación. A veces, para que exista dicha comunicación, hay que ser un poco flexibles, porque de lo contrario no se aprende o se aprende mal. Y cuando se aprende algo mal, luego hay que "desaprenderlo" para poder aprenderlo bien. Es una pérdida de tiempo y esfuerzo. Los maestros y profesores no sólo están ahí para soltar el rollo, también tiene que ser capaces de ayudar a sus alumnos, a los más brillantes y a los que no lo son tanto.

Para colmo, cuando esto ha sucedido yo ya estaba algo frustrada, porque minutos antes, durante los ejercicios de escuchar, el niñato que tenía al lado se ha puesto a hacer ruido con los papeles y a resoplar, con lo que no me he enterado bien de lo que se decía en los diálogos. Cuando ha parado el diálogo, le he pedido por favor que no hiciese ruido, que no me enteraba, a lo cual su respuesta ha sido (eso sí, una vez ha terminado el examen) una serie de exabruptos en inglés donde la expresión fuck you ha salido varias veces a colación. Básicamente, que me dieran porque yo no tengo derecho a hablarle así, que no le conozco, etc. Mi respuesta, muy educada, ha sido que no necesito conocerle porque su mala educación ya le ha dado a conocer, y que le va a ayudar con el acusativo Rita la cantaora (me pidió dos días antes que se lo explicase).

Y es que este chaval es bastante impresentable, aunque parece ser que es la manera de ser generalizada de su paisanos. Otro compañero de clase, de su misma procedencia, ya me advirtió al respecto. El primer día de clase me sorprendió que, teniendo un compatriota, no tratase de hablar con él y se viniese conmigo. Me explicó que conoce bien a los suyos, y me dijo que, en general, eran mala gente, compañía poco recomendable, etc. Me quedé un poco a cuadros y le dije que le diera una oportunidad, que cada persona es un mundo. Hoy, al salir, he tenido que darle la razón, al menos en lo que a este individuo se refiere. Llega sistemáticamente tarde, no se sienta en la silla, se espurrea de mala manera, nunca está atento y, cuando le toca preguntar en diálogos improvisados, como no sabe por donde vamos lo que pregunta o contesta no viene a cuento, lo hace riendo como si estuviese de broma y jode el ritmo de la clase. Hasta se ha dormido sobre la mesa durante la clase... Así que lo de hoy no ha sido sino la constatación de un hecho: es un gilipollas y no hay por donde cogerlo. 

Lo bueno es que tengo a mi hermana, amigos, conocidos y hasta desconocidos con los que desahogarme. Porque si algo me caracteriza es que no me corto un pelo y hablo con quien haga falta (siempre y cuando hable mi idioma). A estas horas, ya sólo tengo sueño. 

Zirbêth.

miércoles, octubre 17, 2012

MÁS DE DOS AÑOS, LEÑE

Hace más de dos años que no escribo aquí. No me quiero poner trascendental, por no aburriros y porque no merece la pena. La verdad es que ya no escribo. De hecho, hace cosa de tres meses, en un nuevo giro radical a mi vida, empecé otro blog, acto simbólico que, de vez en cuando, me da por llevar a cabo. Como si abrir un blog nuevo fuese a hacer que escribiese, o llenase de significado esos vacíos que quedan cuando uno da un giro de al menos cien grados.

No escribo porque si algo ha cambiado en los últimos dos, cinco, siete años, he sido yo. Creo que la mejor manera de expresarlo es que me he hecho una vieja. He perdido, dejado escapar, abandonado, la magia. No sé, no me encuentro. La frase aquella de "Las amistades peligrosas", cómo era... "No tengo ilusiones, las perdí en el curso de mis viajes...". Sí, era algo así.

Pues no sé muy bien cómo ha pasado, ni por qué. Pero ya no escribo nunca. No ya aquí, en general. Antes, escribía cuentos, o relatos, pero ya no. Me acuerdo cuando pensaba que, algún día, podrá ser escritora, cuando era jovencita, allá por el pleistoceno. He perdido la costumbre, y la poca habilidad que tenía. Echo de menos aquella facilidad con que me salían las frases...

Pero me resisto a cerrar este blog. Tal vez, en un futuro no muy lejano, vuelva a sentir el impulso de escribir, y a tener algo interesante que contar. Vuelva a sentir esa necesidad de compartir mis pensamientos con alguien.

Tal vez...

Zirbêth.

domingo, septiembre 19, 2010

MOTIVACIÓN

De pequeña, era una niña bastante torpe. No es que haya dejado de serlo, por supuesto, pero la experiencia es un grado y me lo tomo con buen humor. De pequeña pasaba muchísima vergüenza cuando mi torpeza me dejaba en evidencia, y tenía numerosas pesadillas en las que como resultado de la misma la gente se reía de mí... ¿O era despierta? Ummm...

Como consecuencia, por ejemplo, no sé patinar. Lo intenté una vez o dos, creo, muy distantes en el tiempo (lo suficiente como para olvidarme, como con el alcohol y las resacas), y en ambas ocasiones la vergüenza y el dolor de culo me disuadieron de volver a intentarlo. Las actividades físicas basadas en el equilibrio y la rapidez de reflejos nunca fueron lo mío.

Tristemente, las mentales tampoco.

Lo mío son los deportes en los que se depende de la fuerza y la estabilidad. O de unos buenos pulmones. Subir a los árboles me encanta, así como andar y trepar por las rocas. En judo no me fue mal, porque mis rodillas anchas hacen que, una vez bien plantada en el suelo, sea bastante difícil hacerme caer. La fuerza también es una inestimable ayuda cuando se trata de sujetar a alguien, o sujetarse de alguien, y evitar que me tiren. Uso el presente, pero estoy pensando en cuando era niña. Y en el agua soy incansable, aunque no sea rápida ni mis movimientos sean el colmo de la perfeccción. Además, lo bueno del agua es que no te caes y te destrozas las rodillas. Ni los codos. Ni el trasero. Aquí pienso en pasado y en presente.

Sin embargo, y aunque supuso un desafío enorme, aprendí a montar en bici. El miedo al dolor y la vergüenza no pudieron disuadirme, y aunque me llevó mucho tiempo y fue una experiencia rallante en el desaliento, no cejé en mi empeño. Tenía unos seis años, y por aquel entonces vivía en Gerona*. Concretamente, en la zona más bonita de esta ciudad: el casco antiguo.

 
Mi Paraiso Perdido particular. Algún día volveré a vivir allí.

Uno de mis lugares favoritos para ir a jugar era la catedral. Aunque en casi todas las fotos de la misma que he podido ver en la red lo que se muestra es la la fachada principal y sus interminables escaleras, hay una segunda puerta, la de Los Apóstoles, donde la explanada es más grande y a la que se accedía menos trabajosamente desde mi casa. 

  La plaza, o explanada, es más grande, pero no consigo una foto mejor.

Aquí los niños íbamos a jugar a todo tipo de cosas. Patinar, montar en bici, el pilla-pilla, hacer pompas de jabón y verlas caer desde la balconada... Bueno, yo basicamente a jugar al pilla-pilla (y quedarla casi siempre) y a hacer pompas de jabón. Recuerdo que el aire, casi siempre corriendo, alzaba las pompas y las llevaba flotando sobre la imponente escalinata de piedra.

Pero tres acontecimientos me hicieron arriesgarme a la temible amenaza del ridículo y el dolor. La primera fue que me regalaron esto:

Aunque la mía era marrón dorada... y no tenía subtítulo.

Tener bici y no usarla hubiese sido demasiado estúpido. Y si algo me avergonzaba y dolía más que mi torpeza, era parecer estúpida. Aún así, pasaba un miedo de la muerte y, las primeras veces que bajé la bici a la calle, acababa dejándosela a otros niños, a los que les encantaba demostrarme subidos en ella que montar era facilísimo y no había nada que temer. Era una gozada verles corriendo sobre ella, pero también era frustrante.

Necesité una razón aún más poderosa para atreverme a aprender. Para que se me pasase la vergüenza y le pidiese a otro niño que me dejase su bici, que era más pequeña y bajita, desde la que me arrastraban los pies y podía darme impulso corriendo para luego poner, aterrorizada, los pies en los pedales y tratar de mantener el equilibrio el mayor tiempo posible sin caerme. Para, finalmente, subirme a mi propia bici, sin ruedecitas de atrás, y disfrutar de esa sensación tan especial de conseguir lo que se creía imposible.

Y esa motivación fue que me regalaron el primer disfraz friki de mi vida:

Comando G, Comando G, siempre alerta estáaaaa...

No, el de la chica cursi no. Que iba de rosa, por favor. Y seré torpe, pero siempre he sido un chicote. Mi disfraz era este:

Mark AS. G-1, lider del grupo, Corazón Noble y peligro en potencia para enemigos... y amigos.

Tenía que aprender a montar. No tenía más remedio. No tenía excusa.

Esa capa tenía que volar al viento.

Zirbêth.

* El vídeo lo encontré aquí.

miércoles, septiembre 08, 2010

EL CAJÓN

Cuando Cameron y Chase, en no sé ya qué temporada de House, llevan como año y pico saliendo, tienen una crisis de pareja por la aparente falta de compromiso de ella y, si no recuerdo mal, superan el primer bache con un cajón. El que ella le habilita a él en el armario, en su casa. Es el acto simbólico por el que ella le viene a decir que sí, que va en serio.

Los susodichos, aún por libre.

En Eastwick, es el chico sin ombligo remasterizado y tuneado con barba de dos días para hacerle parecer mayor, a.k.a. Matt Dallas, quien le pide a una impresionante y demasiado mujer para él Rebecca Romijn que le deje un cajón porque quiere ser su novio y no sólo su amante. Los prejuicios propios y del pueblo pesan mucho pada Roxie, que le saca unos añitos, pero al final cede. Bendito cajón.

 
Matt, que se hace el loco y no nos enseña el ombligo.

La rubia les saca una cabeza o más a sus compañeras de reparto...

El cajón, pensaréis todos, es la clave. Todos y todas. Porque, aunque ahora mismo no me viene a la cabeza ningún ejemplo en el que sea la chica la que le ofrezca o pida un cajón al chico a modo de prueba de su capacidad de compromiso o para sugerir ir un paso más allá en la relación, lo cierto es que la herramienta cajón es de uso genérico indiscriminado. Como el cepillo de dientes, pero algo más sofisticado: donde el cajón es todo un planteamiento, el cepillo no pasa de tímido tanteo.

Todo esto, por supuesto, es en las series de TV. En la vida real, el cajón es poco fiable. Desde mi punto de vista. Y mi experiencia.

No sé como será con las mujeres, pero conozco pocos hombres que no se vayan dejando cosas tiradas por ahí, como camisetas, calcetines, etc., y menos mujeres aún que se sustraigan, no ya a la tentación, sino al más natural automatismo, de recoger eso que se encuentran tirado y hacerle un hueco en algún... cajón, sí, para que no se quede por ahí, en medio.

Que es un incordio, hombre. Que va una a limpiar y no hay manera si hay ropa tirada por cualquier parte. Y los zapatos, por favor, al bajo del armario, que seguro que huelen. Mira, ya se ha dejado el cargador de la DS por medio; o lo guardo o el gato lo morderá hasta hacerlo pulpa. Ya me ha vuelto a dejar la mesita de noche llena de libros, que no hay quien ponga el despertador ni nada, leñe. ¿Pero cuantos botes de líquido para las lentillas tiene este chico, por favor? Los pondré aquí, en este estante, con su cepillo de dientes, el desodorante, las maquinillas de afeitar...

Si estamos en las nubes esas de algodón de azucar, estas cosas hacen una ilusión... Sin embargo, no hay que confiarse. Todos esos trastos, prendas de ropa, libros que has ido guardando en el "cajón", que él tan alegremente ha aceptado, pueden no significar nada de nada en lo que a compromiso atañe.

¿Queréis estar seguras de que vuestro chico está dispuesto a quedarse?
Haceos esta sencilla pregunta: ¿Dónde tiene su ordenador?

Premio.

Zirbêth.

lunes, septiembre 06, 2010

AMOR VERDADERO

Ríos de tinta y autopistas de celuloide se han desperdiciado tratando de transmitir, convencer, demostrar lo que es el amor verdadero. ¿Quien no recuerda, por ejemplo, La princesa prometida y el rollo ese del sueño dentro de un sueño? ¿O a los emos Romeo y Julieta, tan atolondrados por el efecto de la dopamina desatada que van y en vez de volver a insertar moneda les dio por el rotundo game over del suicidio? Y así, cienes y cienes de ejemplo. Pasad de la literatura. Del cine. Hasta de la música. Yo sé lo que es el amor verdadero. El verdadero amor verdadero, de verdad de la buena, es lo que siento por estos tres elementos:

                                                          Maléfica

                                                          Korven
                                                                  
                                                          Narsil


Cuando volví a casa tras las dos semanas de vacaciones de este verano, me encontré:

- Arena de gato por todas partes.
- Cacotas secas con las que, probablemente Narsil, se había dedicado a emular a sus héroes del balón y luego había dejado olvidados en cualquier parte.
- El armario abierto y toda la ropa que había dentro descolgada y convertida en lo que sólo podría describirse como cojines del revés, de la de pelo que tenían pegados.
- Las esquinas de sofás y cama cual coladores.
- El carro de la compra descuartizado y sus restos abandonados en el suelo del salón.
- Huellas de gato como para que Sherlock Holmes sufriera un agudo y crítico ataque de impotencia deductiva histérica y acabase en un psiquiátrico.
- Sacado toda la ropa interior de los cajones y espurrearla, ni siquiera homogéneamente, por todo el dormitorio.
- Vomitado, orinado y otros verbos vilmente conjugados de similar terminación e índice de asqurosidad en suelos, sofás, polletes de la cocina, bañera y demás recónditos rincones en general.
- Mis libros, objetos sagrados e inviolables, tirados por el suelo y llenos, también, de pelos y huellas.
- El cadaver de uno de mis cargadores de móvil frente al frigorífico.
- Su bolsa de comida abierta y no precisamente por la zona del abrefácil, y cientos de croquetitas secas por toda la cocina.

No os aburro más, pero la escena era dantesca. De la parte del Infierno, por supuesto. Para completar el cuadro, yo llegaba cargada como una mula tras nueve horas de infame viaje en tren litera y otras dos y pico en cercanías, con las manos doloridas por arrastrar la maleta y más sueño que una marmota en pleno enero.

Tras achucharlos una media hora... Bueno, tras achuchar a Maléfica y Korven una media hora, porque a Narsil no le vi el pelo hasta que me enfrenté al horror de pelos que habían organizado en el armario, donde se había escondido en lo que es su habitual estado de paroxismo miedoso... Como decía, tras eso me tiré doce horas de intensa y sudorosa limpieza exhaustiva que dieron al traste con las reservas de energía que había logrado traerme de mis vacaciones en Blanes. Ni escuchar la banda sonora de Mamma Mia que me había regalado mi dulce amor pude, porque no quería sacar de la maleta nada hasta que hubiese un sitio limpio donde poner las cosas.

Las fotos que muestran a mis amados felinos las he hecho a la vez que escribía este post, más que nada como prueba gráfica de que no los maté y devoré sus cadáveres pese a las múltiples razones que me habían dado para ello (y a que tenía la nevera pelada).

Si eso no es amor verdadero, nada lo es.


Zirbêth.

martes, agosto 31, 2010

NO HAY NADA COMO EL HOGAR

F., mi novio (¡tengo novio, y ya me dura casi siete meses!)...

Ejem.

Como decía, F., mi novio, volviendo ayer de las vacaciones (¡he tenido vacaciones!, de las de verdad, fuera de casa y muchos días, quince, en la playa)...

Estoooo.

Ahora sí. F., mi novio, volviendo ayer de las vacaciones, al decirle que me gustaría escribir una colaboración para el blog de Lorzagirl, me preguntó que por qué no, en vez de colaborar en el citado blog, de su hermana (si no presumo, reviento [y entenderéis porque presumo cuando lo leáis*]), no retomaba yo mi blog y escribía en él.

Esto me pasa por echarme novio. Empiezas a salir con alguien adorable y, claro, dejas de tener tiempo para cosas como escribir en el blog**, y entonces va el susodicho novio y me dice que vuelva a escribir, que por qué lo dejé...

Heme aquí. Escribiendo. Uf.

Lorzagirl tiene un modo de escribir muy divertido, y me encanta. Eso tiene el inconveniente de que, cada vez que pienso en escribir, lo que me apetece escribir es algo que quisiera leer en su blog y con su estilo. Pero, claro, eso no es posible. Tampoco me parece de recibo escribir en su estilo en mi blog, pero es que con los estilos me pasa como con los acentos, que se me pegan cosa mala y en nada de tiempo.

Mi vida es taaaaaan dura.

F., mi novio (jijiji, tengo novio), se ha portado maravillosamente bien conmigo desde que empezamos a salir. No llevábamos un mes cuando fue mi cumpleaños y me regaló un censored en el que se gastó una pasta que no quiero ni pensar. Las vacaciones las ha pagado él, ya que mi aportación económica ha sido, más que simbólica, de risa. Cada aniversario, me regala tantas flores como meses hacemos. Detalles a montones, continuamente. Pero lo más importante de todo: me soporta y quiere tal y como soy, con mis neuras, mis kilos de más y las crisis de ansiedad que me dan cada demasiado poco tiempo. Como la que me absorbió, nunca mejor dicho, la primera semana casi íntegra de las vacaciones.

Dicho todo esto, ¿cómo no voy a volver a escribir cuando es él quien me lo pide? Y en mi blog, no como colaboradora en el de otra persona. Y es que no hay nada como el hogar.

Supongo.

Zirbêth.

*¿Todavía no habéis ido a leerlo? ¡A qué esperáis!
** Jijijijijiji